Una mesa de madera marchitada con
simiente de calabaza y corteza de limón.
Plumas de gallina y un cordel de besos
inconexos atados a un frasco
transparente que contiene un amor largo,
delimitado por las sombras,
que apenas deja ver
la vida dormida de las cosas.
Su palpitar inanimado.
La tristeza de un racimo de uvas.
Acidez ovalada,
un montoncito de penas prietas
que manchan de llanto la piel de plástico.
Dentro, la melancolía se madura
con el lento transcurrir de las horas,
como si tuviera cerca un sol de miel
dorándole la angustia poco a poco,
azucarándole el néctar de los suspiros.
Mosteada, pegajosa,
tristemente dulce.
Dulzura en una fruta de agua
con el sueño escondido entre
hogazas de pan y queso fresco,
ahogando la amargura
de una fuente de almendras.
Queriéndole pedir al amor
que no arañe, que no duela,
que suavice la pulpa de un beso,
la triste alegría de los recuerdos dulces.
Recuerdos vistiendo una rosa
con los pétalos que envuelven
las cejas rubias de mi padre,
la bondad sin ladridos de Linda,
y la figura de Luisa, sentada en su puerta,
tomando el fresco.
En el terciopelo de su vestido,
mis ausencias
dibujan una noche y un camino
espolvoreado de estrellas lácteas,
y una niña, cegada de tanto mirar la luna.
Pero esta rosa no vuelve,
mejor no tocarla.
Se llama Nunca.
Y por su tallo resbala
la dulce tristeza de los locos
tocando un blues esmerilado.
La nostalgia late macerada
en un almirez con retales de hierbas.
Decora las escamas de un pez
sobre una bandeja de plata.
Llueve agua salada y me moja la voz,
la mirada en ti, el viento tuyo.
Y luego sobrevuela el mar,
sin la penumbra de mi nombre,
fiel a la luz.
Mi poesía es una pared encalada
en la que voy colgando
tristezas dulzuras ausencias
nostalgia locura lluvia salada.
La risa de mi padre.
Tú.
Y, mientras se cubren de aire seco,
no fumo. No viajo a Tombuctú.
No tengo hijos.
No como sesos de cocodrilo.
(Fotografía de cabecera, Autor: Alberto Schommer)
Bodegón en blanco y negro; gris en las palabras.
Me gustaMe gusta