Le tiemblan al día sus alhajas de lirios y de fresas,
tintinea la luz como la cintura de una cíngara
danzando en las hojas de los árboles.
Brilla.
Pero dentro de mí tiritan las venas y ni siquiera sé por qué.
Quizá sea el frío que emiten de las cosas,
la gélida apatía de los cuerpos inertes
frente a la belleza natural de la vida,
o puede que sea ese recuerdo que aún me huele a vías,
el que vapulea mi corazón con su mirada encendida
cada vez que intento comenzar de nuevo.
Imposible olvidar.
Necesitaría deshacerme de mí misma,
posar mis oídos en el murmullo del agua
y regalar mis ojos a algún vendedor de esperanza.
Escabullirme entre la gente que va con prisa
y desaparecer,
abandonarme en la puerta del mar…
Para volver a ser.
Pero a mi alma se le han roto los anhelos,
respira mal y no puede nadar.
Serpentea vestida de azul
por un campo de girasoles
de espaldas al sol.
Tan perdida va, que se le escapa el nombre
por los huecos del aire.
Medusa, alga, mi alma invertebrada
desearía volarle los huesos al amor.
Amor.
A mediodía, las fuentes se desbordan de mareas,
deviene su contoneo del motor de la tierra,
de sus aspavientos circulares.
Entonces, el mundo detiene su eje en mis labios
y me acerca el amor hasta el punto
de rozar su existir inalcanzable.
Supongo que es entonces cuando mis venas tiritan…
Y al día le nacen senderos nuevos en los dedos de las manos.
Y por eso se bifurca la geografía del parque.
Dos niños maúllan como gatos
entre los parterres
y una anciana duerme sentada en un banco,
cubierta por el temblor radiante de la luz.
Me siento junto a ella.
De su cabello blanco cuelgan los sueños
que la memoria destila cuando no pensamos,
y sonríe, apacible, serena.
Brilla.
Yo quiero ser ella.
La imito,
cierro los ojos intentando encontrar
el paradero de mi alma,
pero solo me brotan las lágrimas…
y ni siquiera sé por qué.
Ana Sánchez Huéscar / 10-5-18
(Fotografía de cabecera: Krista Kruger)